TRES DÍAS A HUAUCHINANGO.


TRES DÍAS A HUAUCHINANGO.

El hombre de cara de arena seca y cuarteada lleva tres días postrado en el catre; corroído y tan viejo como él al fondo del oscuro cuarto de adobe, a su alrededor un antiguo ropero que aloja un par de pantalones, camisas y algunos vaporosos recuerdos, apolillados por el paso del tiempo, en la pared un oxidado machete, mudo testigo de victorias pasadas, y una ilustración que muestra pudorosamente a una sensual virgen de harapos verdes, estrellados. Esta pinché panza, siento como si tuviera un xoconostle con espinas en la boca del estomago ¡aah jijo!. Ni el derrumbe que me comí me quitó las dolencias, pior estuvo, ora hasta la mera cabeza me duele, es que me lo comí al ay se va, por eso habrá sido.

Tras ver que las horas pasaban y su alucinógeno no aminoraba el dolor el viejo de ojos hundidos y ausentes se decidió de una vez a emprender un viaje de tres días a Huachinango. Tomó su bastón de rama, se puso sus viejos huaraches remendados hasta el hartazgo y su gorra amarillenta –alguna vez blanca como el pulque- estampada con borrosas letras que decían tímidamente entre los manchones de grasa y lodo: Colosio Presidente 1994. Ora si no me queda de otra más que ir a ver a doña Eustoquia ¿hace cuanto que no la voy a ver?, la última vez que bajé hasta por allá fue cuando acompañé a mi compadre Don Erminio –difunto- pa´ que nos dijera que tenía por que nomás se la pasaba sacando bolotes de sangre por el hocico como los puercos cuando recién los matan. Eustoquia nos dijo que lo habían embrujado a través de un bebedizo, pero ella no pudo ponerlo bueno y se murió allí mismito, el doctor de la capital que andaba en el palacio municipal nos dijo que había muerto por las borracheras, pero, lo que sea de cada quien, yo le tengo más fe a doña Eustoquia, pos como no le voy a tener harto aprecio si con ella mi mujer dio a luz a mis seis hijos. Los hijos los tiene uno y nomás nos dan puras penas; ninguna de las dos chamaquitas se nos lograron, debí haber dejado las tijeras abiertas, y los chamacos nomás crecen y se van; Telesforo, Augustino y Leandro quesque se fueron a la Capital a buscar trabajo ¿qué la parcela no es un trabajo? ¿y los animales? ...y el otro, el Isidoro ese me salió más peor: nomás le entró la calentura y se fue que a los Estados Unidos y el malagradecido no se ha vuelto a aparecer ni ha mandado dinero para acá y ojalá y ya no vuelva por que ahora lo maldigo por desobligado y pensar que alguna vez fue mi luz. El viejo enfermo y encorvado nunca se enteró que Isidoro logró cruzar la frontera donde lo esperaban ya sendos cerdos rozados con votas picudas y camisa a cuadros atascada de repugnante sudor causado por el calor y la obesidad. En efecto las balas de goma no lo mataron pero los culatazos en el cráneo terminaron con la tarea, su cadáver destrozado fue arrastrado por un río sin nombre ni memoria.

El anciano encorvado ahora se encontraba listo para iniciar el fatigoso viaje de tres días a pie a Huauchinango. El viaje tiene que ser a pie; donde vive el anciano achacoso aun no arrasan las carreteras de granito y chapopote impregnadas de feroces bestias metálicas con aire acondicionado y porta vasos individuales, en la Loma de la Sagrada Condolencia apenas llega el sol aunque la coca-cola brota como mala yerba en el único establecimiento del lugar el cual se ve a lo lejos como un pequeño escupitajo brillante y rojo entre el monótono paisaje de tierra y plantas espinosas, el viejo curvilíneo lo mira con ojos que, durante un instante, parecen escurrir algo de vida, pastosa y oxidada, pero vida. Si todavía me acuerdo cuando ese jacalito era de don Macario Miranda –difunto-; era un buen tinacal. El único al que pude entrar. Si, le pagaba con pollos que me iba yo a robar del ranchito del gringo allá abajo, pero el tiempo no pasa en balde y ora ni hay pulquito ni hay nada.

Ha caminado, con paso doloroso y lento, más lento, durante doce horas. Salió de madruga. Ahora el sol comienza a dar señales de su pronta huida, quizás se va por pena, no quiere ver más a ese viejo reptando entre las piedras de una llanura olvidada, seca, rasgada por la sequía y el dolor. El hombre camina por lo que alguna vez fue un río; ahora es una enorme franja de espuma negra y pastosa; la fauna acuática ha sido suplantada por multitudes de pañales deshechables – deshechables como los envases, como las envolturas, como los humanos-agolpados en una orilla, en otro lado se observa brillante un banco de botellas de Cloralex, Harpick y demás fauna plástica, todas siguiendo a una enorme llanta goodyear quemada que parece ser el gurú del grupo. El sonido de unos pasos cercanos arrastrando los pies contra las piedras ofusca al viejo que admiraba a dos botellitas azules flotar con rapidez, no alcanza a distinguir ,solo ve una mancha, un trazo grosero y borroso en el paisaje, pronto ese trazo va cobrando forma; es una mujer delgada con una cubeta verde brillante retacada de ropa vieja y desgarrada pero bastante limpia.

-Buenas noches...-

-...Buenas.-

Y que tienen de buenas ¿no me ve esta vieja pendeja? ¿parece que para mi son buenas noches?. Ahora si siento que me quedo, si las dolencias ya me llegaron hasta el espinazo y nomás siento una pata y me hormiguea, mejor paso aquí la noche, aquí debajito de este árbol...si, si de árbol ya no tiene nada; nomás es el puro cascaron, pero no hay de otra. El hombre desdobló su cobija de lana que cargaba en la espalda con un esfuerzo sobrenatural que parecía sofocarlo: sus mejillas estaban rojas atiborradas de la poca sangre que aun corría trabajosamente por su cuerpo, todo él estaba cubierto por un sudor frió que se le clavaba en la piel como alfileres. Se recostó de espaldas cuidadosamente y miró las ramas secas del árbol y detrás las estrellas brillando, puntuales como siempre. El viejo tenía los labios apretados como si temiera que al abrirlos se le escapara algo. Esa noche soñó que corría, como hace muchos años no lo hacía, tomado de la mano de su esposa –que murió al parir a Isidoro- corriendo por pastizales verdes de donde brotaban tunas que volaban hacia el cielo, mientras él y su esposa perseguían ávidamente aves negras y regordetas, pero , en un instante, ella lo soltó y de el pastizal surgió en un instante un fuerte muro de granito que se alzó eternamente, las aves asustadas corrían y se desplumaban hasta que, una por una, fueron absorbidas por el suelo que ya no era más un pastizal sino un frío metal, las tunas devinieron en granadas de mano, cada una estallando de manera más estruendosa que la anterior, dejando a su paso huecos humeantes y negros, en el cielo no había más estrellas ; en su lugar dos enormes luces blancas, estériles , el hombre corría huyendo hasta que sus pies se soldaron al frío piso de metal y se quedó ahí sumergiéndose entre aves horrorizadas y granadas de mano, lejos de ella. ¡Ah carajo!,¡ora si me va a llevar!...

Era la una de la tarde del día siguiente; después de que despertó asustado y sudoroso en la madrugada todo había marchado mejor. Había continuado el camino y ahora se sentía mucho más aliviado, incluso pensó en regresarse para Loma Sagrada de la Condolencia pero prefirió seguir, total, ya estaba a mitad del camino no tenía caso regresar. Sus pasos se sentían suaves, supuso que así se sentiría caminar en el cielo, casi no sentía su cuerpo de tan relajado que se encontraba, su mirada era clara y brillante. El paisaje también era distinto y bello, caminaba entre colinas con arbustos frondosos y floreados. La tarde comenzó a caer , el viejo escuchó al sol golpear suavemente los arbustos con los últimos rayos de luz dorada y lejana, vio el canto de los pájaros enredarse en las ramas de los árboles bajos y luego seguir su camino al firmamento. A lo lejos sentía una danza festiva que lo invitaba a seguir, el viejo se encontraba con suficientes bríos para seguir caminando durante toda la eternidad, pero prefirió dormir un poco antes de continuar para llegar fresco a Huauchinango, así que eligió un frondoso árbol de peras brillantes y doradas que danzaban al compás de la música nocturna y se recostó, se tapó con la cobija, no podía dormir de la emoción: como ya no se sentía mal ya no iría con Eustoquia y se gastaría su dinero en un vino de frutas, es más se compraría dos –uno para el camino de vuelta-, así sería. El viejo feliz miraba hacia el cielo. Yo nunca había visto a las estrellas así moviéndose y de tantos colores parecen pedirme que las siga, emitiendo todo su brillo, se les va a acabar, ojala que no se les acabe que se ven re bonitas, cantando melodías suaves como las que mi madre cantaba al anochecer, hasta el árbol les hace juego, bailando con ellas siguiéndolas en su desfile...y yo, y yo...

El sol pega groseramente en las colinas áridas y despobladas, un niño con una bufanda a rayas corre pateando una lata gastada y oxidada de duraznos La Costeña entre las piedras picudas, la mala hierba y la tierra en una pendiente. El niño se detiene consternado; al fondo del pequeño barranco parece ver un borrego muerto en medio de un charco de sangre coagulada y moscas zumbando por todo el derredor. El niño se acerca rápidamente al fondo del barrando; aquel borrego va tomando forma. El niño lo mira con los ojos desorbitados y hace un extraño ademán con el brazo. Lo que está postrado ahí, frente a él, es el cadáver de un viejo con las piernas rasgadas e incompletas –obra de algún animal carroñero- y la cabeza destrozada cubierta en parte por una gorra amarillenta impregnada de sangre negra y coagulada en donde se aglomeran las moscas zumbando frenéticamente.

Electricista Cerebral

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