El Oso Negro cada vez lo hacen peor. Después de años ininterrumpidos de ingesta quedé asqueado de vodka. No lo soportaba, simplemente no lo soportaba. Las naranjadas eran un terror, antes de siquiera probarlas ya tenía el sabor del vodka jodiéndome toda la boca. Lo dejé.
Conocí nuevos sabores, me enamoré de unos cuantos. Ya me alcanzaba para cerveza, preferí durante mucho tiempo las borracheras con cerveza, el alcohol puro no quedaría de lado, pero cuando uno le toma afecto a las cosas es difícil dejarlas. Sí, la cerveza, fue buena compañera, y lo sigue siendo, es de esas cosas que siempre te acompañan, como los mp3, tu sombra, las ganas de mear después de follar, la comprensión de lo absurdo del mundo, el sentido que le da a lo absurdo esa misma comprensión, sí, es como esas cosas, pero el cuerpo se harta, y es nostálgico, melancólico, más cólico que meloso, y siempre desea cambiar las cosas, o recuperar algunas otras, siempre te lleva de un extremo a otro, es un cabronazo sin control. A cada oportunidad te está recordando viejas experiencias, lo sabroso que es beberse un vodka tonic, un whiskey 2 hielos, un charrito negro, cualquier porquería que no venga en botella ámbar de presentaciones varias. Sí, ese sabor amargo del tonic, esa madera líquida bourbon que te roe las encías, todas esas bebidas que apresuran al hoyito esofágico. Así que, después de un tórrido romance cervecero y unos cuantos encuentros impropios con el whiskey, decidí volver al vodka.
El reencuentro fue mejor de lo esperado. Muchas botellitas de sky, luego algunos cuantos litros de marcas que no recuerdo, agua quina, cascaritas de limón, ginger ale y muchas ganas de escuchar a Ladytron.
Todo bien durante dos o tres semanas. Inclusive llegué a enamorar con mi preparación del tonic, no me enorgullece, quiero decir que fue la forma más común de prepararlo y la mujer más ebria que ha pisado mi casa, creo. También es digno mencionar que con él tuve mi segunda oportunidad de pedir una bebida preparada en un bar, uno se hace más mamón con las segundas veces. Bonitas cosas pasaron, indudablemente.
Luego llegó lo inevitable, la escalofriante alza del asco al vodka, no había tenido problemas realmente serios con él, ni una resaca siquiera de importancia, ni un vómito amarillo, ni delirio postpeda, no había despertado con golpes o dolores, o con mujeres, no tuve problemas… ¡Joder! tampoco molesté a alguna ex novia, ex puta, ex cualquier cosa por la madrugada para invitarla a beber al siguiente día, con el obvio arrepentimiento. No, no señor, los problemas debían venir exactamente de lo menos probable, de lo menos deseado: sencillamente no me entraba el alcohol. No porque tuviera algún tipo de tapón flemoso, o se me haya cosido la garganta con un tipo extraño de fibras cancerigenas, o porque mi latoso cuerpecito haya cambiado imprevisiblemente de gusto borracho, no, simplemente el cabrón vodka no entraba. Llegaba al estómago, sí, pero era de las peores experiencias que he tenido, me refiero a que en el justo momento en que llegaba a donde tenía que llegar comenzaba el dolor de cabeza, los mareos, ascos, movimientos anormales en los intestinos, dolor de huesos, indigestión, toda la mierda que te puedas imaginar recorría mis sistemas a cada sorbito de vodka. Era terrible, en verdad terrible.
Lo seguí intentando, nada cambiaba. Probé con cerveza, brandy y whiskey, todo iba bien con ellos. El problema, sí, en efecto, era el vodka. En menos de una semana, bueno tal vez en semana y media, lo comprobé. Lamentablemente estaba siendo víctima de un extraño síndrome, no podría beber vodka nunca más y el culpable era el cabrón Oso Negro. Los litros que bebí de vodka procedían de muchas fuentes, de muchas marcas, unas inclusive de peor calidad que el puto osito, o eso parecían, al menos el precio era menor. Pero el que tuvo que llegar a joderlo todo fue él, y su sabor, mierda, pongan atención en su sabor.
Ahora todo estaba perdido, nunca más probaría el amargo sabor del tonic, las naranjadas sabrán por siempre a naranjadas, no tendré que batallar con el cuchillo para crear las perfectas cascaritas de limón que tan bonitas se ven flotando en el vaso, todo había terminado. Tal vez no había sido buena idea comprar el Oso Negro; tal vez era una probadita de la muerte, todo marchaba bien con el vodka, todo salía a la perfección, todo funcionaba correctamente, era una calma casi insoportable cuando lo bebía, y de repente ¡zas!, no más decía mi cuerpo, no quería saber nada de él, era demasiado, estaba muerto; o tal vez el vodka se había convertido en materia muerta, se había vuelto la muerte misma quizá. El cuerpo rechaza lo que no le sirve, mierda, múltiples desechos, órganos débiles o muertos, demasiado alcohol, bichos y todo ese tipo de cosas, pero eso sí, lo único que no desecha es la memoria, ella sola sabe cuando irse, es una cabrona, esa no desecha nada de nada, tal vez sólo si se le obliga con un bate de béisbol o con mucho vodka, en mi caso sólo queda el bate y no es buena idea, tú me entiendes. Sí, el vodka es la muerte y quién sabe, puedo ser la única persona que sobrevivirá porque sé donde está la desgraciada. No lo sé. Tal vez fueron todas esas cosas a la vez, el Oso Negro, la muerte, la memoria, la inmortalidad, el bate de béisbol; o puede ser cualquier cosa ahora, da igual, no más vodka para mí.
Aunque tal vez, muy precozmente, me he estado volviendo viejo y nada más.
El escalofriante alza del asco al vodka
los autores (los auto de fe si se quiere)
- Andrea A. Tovarish (1)
- Argenis Guzmán (1)
- Campanita (1)
- Claudia Regules (1)
- Daniel Alejandro Yáñez Ugalde (1)
- Ekim Bey (2)
- Electricista Cerebral (6)
- Elizabeth Rojas (2)
- Enfer Molido (2)
- Estrella juarez (4)
- Francisco Enríquez Muñoz (1)
- Julio Rivas (2)
- Lady Medusa (3)
- Lucas Zarabanda (5)
- Manuel Velasco (2)
- María Etílica (2)
- Mireya Martinez (2)
- Móne (1)
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