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(en tres rondas)
I- Uno de limón
Las calles del Centro se vuelven pegajosas, salvajes y sucias por las tardes. Mis pasos rápidos, mi mirada fija en el asfalto, el ruido de los autos y de la masa humana me joden a cada zancada. Solo busco llegar, es martes, -siempre es martes-. “¡Al fin!”murmuro al toparme con la corroída puerta que me sonríe, la empujo y entro, el letrero es inconfundible: “ Pulquería
Mientras le doy un trago a mi curado de limón veo pelear al dueño con una puta que muestra su culo a los arcaicos parroquianos, José Alfredo Jiménez ameniza la escena desde la rocola, la puerta se abre, la luz brillante de la calle se embarra dentro del apestoso lugar; es el padre de la iglesia. El piadoso hombre camina corcovado con pasos lentos hacia el improvisado altar; mira a la virgen y al cristo, agacha su cabeza y murmura <<in nomine Patria et Filia et Spiritus Sancti>>, se sienta y pide una cubeta de curado de ostión, inmediatamente un par de mujeres viejas y obesas se acercan a su mesa, le sonríen feroces y sensuales, una lo ataca al rostro con sucios ósculos y la otra le frota el falo, el rostro del piadoso anciano se ilumina, sus mejillas se colorean de un rosado brillante y su sonrisa se hace presente, su expresión , su color, todo él parece pintado por Carvaggio. Un yanqui flaco, rosado y perdido ríe a carcajadas, se levanta sobre su banco y grita pastosamente dirigiéndose a todos los parroquianos: ¡Welcome to “La elegancia”!
II- fuera todo arde.
¿Sabes?...siempre que estoy aquí pienso que el tiempo en realidad nunca transcurre, los viejos de “La elegancia” se mueven lentamente, balbucean sobre sus vidas, su decadencia y sus mujeres –ideales, inexistentes-, se arrastran, reptan, muestran sus espesas lenguas, se miran unos a otros con ojillos rojos, sonríen, yo llego a una alegre conclusión; estos hombres han estado aquí siempre y siempre estarán, son los seres espirituales de todos los siglos. Y es que, escúchame nena, es este el único lugar en donde pueden respirar y sentir, fuera está el plástico aire de la ciudad con sus colores brillantes y paredes poliglotas –violentas-, con sus construcciones monumentales y sus guerras de artificios, afuera están los narcisos que caen uno a uno, engañados por su falso reflejo. Los niños de-ropajes-negros juegan arrojando sus cabezas (huecas), las mujeres exprimen corazones ya secos, falsos sufis adictos a la heroína giran sobre su propio eje al ritmo de sintetizadores de la nueva era, ojos vendados con sudarios hablan de paraísos de miel y leche, rebaños de camellos alegres beben del mar de agua eléctrica, suspiran y cantan felices tonadas, sus casas se queman entrada la tarde, todos gritan silenciosos la misma verdad: es posible vivir sin un sentido. Constipación espiritual. No se puede respirar, no se puede res-pi-rar ¿lo sientes? ¿lo sientes?, algo oprime contra nosotros en esta esquina con semáforo en luz roja.
Los viejos prefieren mantenerse aquí, en este mingitorio milenario, agolpados en la oscuridad de su antiguo recinto, respirando tranquilamente, exhalando ese vaho agrio que vuelve espeso el aire, hablando sin tiempo, mientras afuera todo arde. No hay esperanzas de un futuro mejor, no hay esperanzas de un futuro, todo es presente, tragos de Ocpatli, risas groseras y romanticismo añejo. Estos hombres no esperan nada pero tampoco piden nada, son profundos y sabios al eructar consejos, sus ojos brillan, alumbran el espacio. Yo bebo con ellos para robarles un poco de calido aliento. Alzo la mano, emocionado por el ambiente etílico- reflexivo, pido una cubeta de curado de jitomate y unos delicados.
III- ¡saluuud!
Tras el último trago del curado mis manos están temblorosas, miro mis dedos anchos, mis uñas sucias sobre la mesa brillante, risas, gritos, movimientos rápidos a mí alrededor, el piso se vuelve suave, mis pies se hunden; es hora de salir de aquí –antes de que esto me trague-. Me apoyo sobre la mesa para levantarme; mis manos rojas y calientes se hinchan, las venas gruesas brotan por el esfuerzo, no me puedo parar, mi cabeza se resiste a alzarse. Caliente, caliente, pesada, pesada. Me levanto, la mesa se mueve, un vaso es derribado, el pulque se embarra en la madera y pared, el vaso brillante gira hasta el borde de la mesa, cae, se rompe, los cristales vuelan, la risa del padre, los gemidos de las putas, yo camino lento entre las mesas, las niñas con las pistolas de agua me miran calladas desde un extremo oscuro, alguien me empuja me dice algo, me mira, sonríe, no importa. Gritos a lo lejos, luces rojas y azules brillan desde fuera, entra también el ruido furioso de la calle; yo camino entre las mesas. Estoy cerca de la puerta – fresca, vibrante-, mis movimientos lentos, mi cuerpo pesado y abotagado de sangre caliente, mis brazos hormigueantes, el sonido con interferencia: estoy bajo agua hirviendo. Chuy –una vieja borracha conocida- se interpone entre mi glosa corporal y la puerta, la miro, me sonríe, casi no le quedan dientes pero, creerme, esto tiene sus ventajas. Mete sus suaves manos bajo mi camisa, me acaricia la espalda sudorosa, guiña un ojo –atascado de rimel- y me muestra las celestiales llaves de su cuarto, yo le sonrío cómplice, esta noche no acabará muy pronto.
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