Vete al diablo





Fumé las colillas que acostumbraba dejar incompletas en la ventana intentando recordar cómo regresé a casa. Aunque la aguja en el brazo y la sensación de pisar arena de mar parecieron ser algo nuevo, era el mismo día visto desde otra ventana. Recordé el resto del sueño: una completa desconocida se subía al taxi e inmediatamente después estábamos en casa; ella se acostaba desnuda en la cama, separando sus piernas donde se formaban pétalos de una rosa púrpura. La tocaba y gemía. Había algo en su sudor que sabía raro. Su cara era simple, pero su mirada maternal no desaparecía con la excitación. Me sentí algo torpe, desprotegido. Percibía que teníamos el mismo veneno en la sangre.

Sudé toda la noche, así que debía bañarme con agua fría. Las siete de la mañana y ya tenía veinte cosas en qué pensar, veinte pensamientos estorbando. La ropa no estaba limpia y el refrigerador vacío. Salí tardé; ni siquiera llevaba reloj, de hecho, llevaba una semana perdido y no me esforcé mucho por encontrarlo.

18 cosas en qué pensar.

No tenía ganas de ir a la escuela, o de acabar la carrera. Desayuné café con pan dulce. Tres horas después la mesera había olvidado lo que hacía allí, pasaba con el semblante lento, ignorándome. No dejé propina. Busqué un teléfono público. De todos los números se me ocurrió marcar el de ella. Contestó. “No fui porque me siento cansado... Oye, tienes que saber algo... Entonces después... ¿Mañana?... Lo sé... No... Cuídate... No es para tanto... Pero (...) ... Pero... (...) ... No es para tanto, te lo digo después.... Yo también te quiero”. Colgué antes de decirle que ya no podía protegerla de mí mismo.

16 cosas en qué pensar.

Aún era temprano. Antes de tener que ir al trabajo pasé junto a un bote de basura. Busqué un vaso sin orificios. Entré al restaurante de pizzas donde trabajé como repartidor más de tres años. Pregunté por Violeta, pero ese día tomó el turno vespertino. Sin más fui al baño, llené el vaso que encontré en la basura, e inmediatamente busqué la taza en la que el gerente se tomaba su té de yerbas naturistas para aliviar la tensión. A veces la dejaba detrás de la maquina registradora. Vacié la mitad de mi riñón en esa taza. El gerente siempre estaba en la cocina. Caminé hacia él. Le dije que su trabajo era una porquería. Tres años en el mismo lugar repartiendo comida, maltratado por clientes, automovilistas neuróticos, por el sol a las tres de la tarde y ebrios que bromeaban dando la dirección de casas abandonadas. Todo eso era tolerable, pero nunca me gustó aguantar a gerentes megalomaniacos con insuficiencia mental; mulas superdesarrollas del servicio a clientes. Terminé de pensarlo y de decirlo. Escupí sobre su camisa antes de irme.

12 cosas en mente.

Los bares ya estarían abiertos. Las nubes grises hicieron más agradable el clima de verano y una niña perseguía burbujas de jabón. Sus padres la seguían de lejos. Ella sonrió cuando atrapé una burbuja en el aire.

Ya eran 9 preocupaciones solamente.

Mal número. Otra llamada desde la calle: “Hola... Sí... No creo tener listo el cuento para mañana... Sí, así pasa... Todos somos reemplazables... La gente dice mentiras y tú puedes meterte al consejo editorial hasta que llene tu gigantesca próstata”. Jamás publicaría un libro. Miles de escritores, personajes famosos, gente que dijo y escribió cosas muy inteligentes. Todos ellos burlándose.

El bar estaba lleno de ancianos dando manotazos en la barra. Un zumbido creativo. Saqué la libreta para escribir tres líneas mientras absorbía cuatro cervezas. Los efectos fueron inmediatos e ir al escusado significaba atravesar una selva de cuerpos y mesas. De regreso, en la televisión el torero era asesinado por una magnifica bestia, mientras que en el bar una me empujaba. Recuerdo siempre haber sido inepto para hablar con la gente. No siempre podía mantener las conversaciones. Detestaba el fútbol, la religión, la intelectualidad, la familia, la paternidad, el amor, las cosas complicadas, los títulos, esa necesidad de ser algo. No se trataba de sentirse superior, era simplemente estar perdido.

Luego los resultados de extraviarse:

Cara contra pavimento y las coladeras llevándose la sangre mezclada con el agua de los charcos. Luna estrellada en inconsciente. Regresé a la pizzería, con el ojo morado, buscando a Violeta. En el bote de basura de la entrada estaba la taza de té del gerente. Cuando pasé por la puerta de entrada todos los compañeros tenían ganas de aplaudir, aunque agacharon la cabeza y nadie lo hizo. Violeta estaba allí, pasó sin ganas de verme. La cara, indiferente, igual que todos los días, con algo de prisa, pero sin presionarse. Me acerqué: “Oye, hoy es un día raro. Así que antes de que salga alguien con una escopeta cargada, me gustaría decirte lo mucho que me gustan tus ojos. No dejes el teatro, ni de luchar, porque tienes el suficiente fuego en el vientre como para hacer las dos cosas”. Ella estaba con el uniforme puesto caminando hacia la cocina, donde se escondía el gerente. Supuse que la extrañaría. Era una canción de amor que no iba dirigida a nadie.

14 cosas menos para pensar.

En el atrio de la iglesia terminé de leer el libro que traía en la mochila. La última frase decía: ((ausencia de sentido)). Alcé la vista. En el bolsillo me quedaban dos monedas que arrojé al aire. Fui camino a casa pensando en algo que antes parecía intolerable. Aun la estabilidad era lejana. Deseaba ser grande, triunfar con la inconformidad. Ahora mi padre está muerto, yo me siento muerto y eso dejó de ser necesariamente malo.

Cuando tuve ganas de fumar, un hombre, que caminaba lentamente por la calle vestido de smoking, sacó una cigarrera plateada, me encendió el cigarrillo. Su mirada transmitía miedo y calma, y yo siquiera le había dirigido la palabra. Después, varios gatos me siguieron hasta que llegué a casa. Al entrar, lo primero que hice fue ir a la cama donde encontré una flor púrpura marchita sobre la almohada. Únicamente tenía en mente la idea de dormir. Fuga nocturna. Soñé con flores abiertas y desperté por el dolor de cabeza. Alguien más estaba en la cama, dormida, roncando al ritmo de la música. Me asomé a la venta. El cielo estaba en llamas, llovían pájaros incendiados y la luna colisionó contra el sol. Entonces pensé que siempre me había gustado que los días fueran así.

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